Intervención del Medio Oriente

La primera guerra del Golfo Pérsico duró desde el 2 de agosto de 1990 hasta el
28 de febrero de 1991 y se desarrolló entre Irak y una coalición internacional
formada por 31 naciones encabezadas por EE.UU. Su relevancia radica en su
contexto histórico como primer conflicto armado de tensión entre dos fuerzas
militares estatales (aunque la coalición disponía de más países además de
Estados Unidos) tras la Guerra Fría. También es cierto que con los pertinentes
avances armamentísticos existía un serio riesgo de un conflicto de mayores
dimensiones que el que se dio.

La llamada crisis del Golfo, desencadenada por la agresión de Irak a Kuwait y su posterior anexión, es un supuesto del mayor interés para el análisis jurídico internacional, tanto por la riqueza de problemas que plantea como por las expectativas que su tratamiento en el seno de las Naciones Unidas ha abierto de cara a la recuperación de un sistema de seguridad colectiva, que fue previsto en la Carta de San Francisco, pero al que el desencuentro de las Grandes Potencias hizo enseguida inoperante. Naturalmente, la crisis del Golfo, como todas las situaciones que implican el recurso a las armas, ha ido acompañada de miserias humanas y desastres económicos que el jurista lamenta, aunque se abstraiga de ellos cuando considera que está ante un buen caso, de la misma forma que el investigador médico se siente estimulado por el cuadro patológico extraordinario que presenta un paciente, sin que ello suponga que disfruta con su dolor.

Naturalmente, no se trata de buscar en el contexto, histórico o político, explicaciones o paliativos para el aborrecible comportamiento de Irak, agresor reincidente, que debería pagar por ello. Pero sí me inclina al escepticismo respecto de un orden internacional más pacífico y justo en el futuro. Antes, Estados Unidos y la Unión Soviética estaban en distintos campos; ahora comienzan a estar en el mismo. Formalmente, eso hace funcionar el sistema de seguridad colectiva establecido por la Carta de las Naciones Unidas, que es el único que nos permite objetivar el juicio de las diferentes conductas conforme a criterios de legalidad. Pero la ley internacional que se seguirá aplicando, con todas las capas de retórica jurídica que se quiera, es una ley decididamente vieja, la ley del embudo. Habrá orden, sí; pero difícilmente habrá paz, es decir, justicia.

Está por ver que el tratamiento de la crisis del Golfo supone un salto cualitativo en la aproximación de los Estados y de los grupos de Estados más poderosos a las relaciones internacionales. Pues, en definitiva, quienes ahora se reclaman fieros defensores de la ley y el orden internacional conculcados por Irak, ¿no son acaso los mismos que hasta hace dos años lo financiaban y pertrechaban para que su alevoso ataque contra Irán no acabara en derrota; los mismos que durante cerca de ocho años no quisieron hacerse eco de la agresión iraquí en el Consejo de Seguridad? Y, ¿qué diremos dentro de dos años? ¿Tendremos para entonces las estructuras regionales de seguridad que han de ser establecidas, según el comunicado de Helsinki, por Estados Unidos y la Unión Soviética, en conjunción con los países de la región y de fuera de ella? Me pregunto si la naturaleza de esas estructuras responderá a la categoría de las organizaciones regionales previstas en el capítulo VIII de la Carta de las Naciones o más bien a la de las alianzas, que se cobijan en el artículo 51. No creo que todos los países de Oriente Medio puedan ser parte en las mismas a menos que todos los problemas de la región hayan sido previamente resueltos. Esto seria espléndido, pero es poco probable. Entretanto, sólo quienes ya son aliados de Estados Unidos son candidatos, aunque sea al precio de romper definitivamente la trama, ya desvanecida, de una Liga Árabe que, sin convicción y desde la impotencia ha reclamado una solución regional que, tal vez, de mediar otras circunstancias, hubiera sido posible bajo la cobertura de los artículos 52 y siguientes de la Carta. Los demás quedarán en un régimen dé libertad vigilada y limitada soberanía. Si Irak sale de Kuwait, difícilmente escapará a la intromisión internacional en sus asuntos.

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